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Cuenta una leyenda, que hace mucho… muuucho tiempo… un gran barco surcaba los mares. ¡Pero no era un barco cualquiera! Sino uno lleno de magia, sueños y alegría.

– ¡Yo un día estuve en él! – Decían algunos
– ¡Yo vi como su hundía! – Decían otros

Pero lo que era realmente cierto, es que ese barco existía. Y no podía ser visto por todos, pues solo los que creían en él, tenían posibilidad de izar sus velas algún día.

Un día un viejo anciano, jurando haber sido marinero de ese barco, se acerco al pueblo más cercano a contar la historia de aquel navío.

Toda la plaza llena, niños, padres, abuelos y amigos…
– Solo comenzaré la historia, si todos los niños se sientan allí donde pueda verlos, pues solo sus miradas sinceras harán posible esta historia verdadera. – Dijo el anciano.

Una vez todos estuvieron en su sitio, pequeños y brillantes ojos clavaron su mirada en la cara del supuesto marinero. Un silencio estremecedor se apoderó de toda la plaza, y algo, al que los que estuvieron llamaron magia, invadió a cada uno de los que atentamente escuchaban.

El viejo carraspeo y comenzó así:
«Allí estaba, a lo lejos, un gran barco surcando el mar. Envuelto bajo un manto, que no dejaba de brillar».

Inalcanzable para muchos e invisible para algunos, el barco seguía su camino, superando grandes tormentas y disfrutando bellos amaneceres.

Atracaba en cada puerto en busca de marineros.

¿Quién sería el afortunado? Todo aquel que tuviera un sueño, porque el barco tenía ese poder, hacer realidad el sueño de los más pequeños.

Pero el barco estaba triste… ya que pocos marineros se sumaban a la aventura. Pues la idea de surcar los mares asustaba hasta al más valiente.

¡Pero un día apareció! Con sus rojos tirabuzones que tanto brillaban al sol, esa sonrisa tan sincera y una mirada repleta de sueños por alcanzar. Era ella, esa joven marinera la que cambiaria el rumbo de este barco.

Subió con sus cortos pero firmes pasos, tambaleándose con sus zapatos y sujetándose allí donde sus rollizas manitas alcanzaban, pues era espíritu valiente pero casi con edad de dormir todavía con chupete…

Una vez consiguió subir, mandó izar las velas con su suave hilo de voz, se puso frente al timón y, a pesar de que no conseguía ver por encima de este, hizo subir el ancla y poner en marcha el, posiblemente, último y definitivo viaje de nuestro barco.

Todos los marineros obedecían, colaboraban y trabajaban sin preguntar, pues esta simpática niña transmitía la confianza y seguridad necesaria para que todos se sintieran felices y a salvo.
Después de horas surcando el mar, la pequeña se subió a lo más alto que alcanzaba para poder ser vista por todos, y dijo con gran decisión;

Este barco es por todos deseado, pues es famoso por cumplir sueños, repartir felicidad y hacer posible la magia.

 

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